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Ecos del futuro

Reflexiones sobre ciencia, economía, ecología, política y comportamiento humano

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    2006-2024

    Pedro J. Hernández



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    Inicio > Historias > Incentivos en la escuela

    Incentivos en la escuela

    Los incentivos gustan mucho a los economistas. Pero hay que recordar que no siempre la respuesta a un incentivo es la esperada. Uno de los ejemplos más socorridos de este hecho es el de aquella guardería donde el 5 % padres llegan tarde a recoger a sus hijos ; se decide multar con 3 euros para disminuir el número de escaqueados y se encuentran con que el número de padres que llegan tarde aumenta al 10 %. Los 3 euros de multa se convirtieron en realidad en un incentivo para algunos padres que tienen la posibilidad de pagar por conseguir un tiempo extra sin sus hijos –quizás con menos problemas de conciencia-- (El ejemplo está sacado de Freakonomics)

    En el sistema educativo chocamos por una lado con la falta de incentivos de los estudiantes, pero también con la de sus profesores para exigirles un cierto rendimiento. Es más, los incentivos trabajan en este momento contrariamente a lo que todo el mundo parece esperar del sistema educativo.
    La situación está perfectamente descrita en un interesante artículo

    La educación secundaria en los Estados Unidos:¿Qué pueden aprender otros de nuestros errores?.

    Los alumnos carecen de presión para demandar currículos exigentes y los profesores tienen demasiados incentivos psicológicos para ser condescendientes con la falta de esfuerzo de los alumnos.
    Tres fragmentos de hechos reales cotidianos típicos extraídos del artículo anterior y que puedo ratificar que el mismo patrón se repite año tras año en los centros educativos de este país.

    “En el primer período de calificaciones yo osadamente, reprobé a un grupo de estudiantes, incluyendo la hija de un administrador de una escuela elemental local y al zaguero estrella del equipo de fútbol que era también el sobrino de un miembro del Consejo de la escuela. Poco después se me solicitó entrevistarme con el director de mi escuela y los padres agraviados. Tal fue mi ingenuidad que en realidad me preocupé de llevar la evidencia. Le mostré al administrador de la escuela elemental el plagio de un informe sobre un libro preparado por su hija y el libro de donde había sido copiado, y le mostré al padre del zaguero el deber escolar que llevaba el nombre de su hijo pero escrito con la letra de otra persona. Los padres ofrecieron débiles disculpas pero insistieron que yo no había tratado a sus hijos objetivamente.
    Mi director de pronto descubrió un conjunto de problemas en mi
    forma de enseñar. Durante las siguientes semanas él estuvo en mi clase casi diariamente. Cada pelotilla de papel utilizada como proyectil, cada estudiante cotorreando y cada muestra de grafito fue observada. Cuando se presentaban problemas de disciplina mis superiores se situaban del lado de los estudiantes agraviadores. Enseñar se tornó imposible.
    Aprendí a hacerme el ciego frente a la trampa y el plagio y a dar a los estudiantes, especialmente a los atletas, extra crédito por todo desde lalectura oral en clases hasta recordarles que trajeran sus lápices. En esta forma me gané la cooperación de mis estudiantes y el respeto y apoyo de mis superiores”

    “Ella deseaba que los estudiantes aprendieran [memorizaran] ciertos nombres.
    Ellos no deseaban conocerlos y no iban a aprenderlos [memorizarlos]. Aparentemente ninguna amenaza exterior –reprobación, por ejemplo—afectaba
    a los estudiantes. Shiffe hizo lo que le correspondía, los estudiantes discutieron esto, aun en presencia de una visita... Su frente común de falta de interés
    probablemente hizo que los exámenes fueran debatibles en la asamblea. Shiffe no podía reprobarlos a todos, y, si su comportamiento fuera uniformemente de mala calidad, ella tendría que aprobarlos a todos. Su desesperación fue obvia frente a la crueldad de los estudiantes hacia ella”.

    “Él comunicaba a los estudiantes cuales eran las preguntas mínimas requeridas
    en el test; todos los estudiantes del décimo y decimoprimer grado podían dominar éstas con absurdamente poca dificultad. Los jóvenes aceptaban la indicación y respetaban su parte de la negociación siendo amistosos y ordenados. No urgían a Brody y él no los apremiaba a ellos ... la sala de clases de Brody permanecía tranquila y los estudiantes lo apreciaban. No es
    sorprendente que el profesor contara con la consideración del director que valoraba el sentido de orden y la armonía entre los estudiantes y el personal. Brody y su clase tenían un pacto, en realidad, un acuerdo que reducía los esfuerzos tanto de los estudiantes como del profesor a un irreductible y conmovedor mínimo”.

    Sólo hay una forma de arreglar ese desaguisado, por no decir directamente fraude –tanto de profesores como de alumnos, aunque son los primeros mayores responsables, desde mi punto de vista--. Se llaman exámenes y examinadores independientes. Es decir, separar al menos una vez por ciclo educativo el proceso de enseñanza del proceso de evaluación. Eso serviría en primer lugar para que un título de graduación fuera algo más que un simple papel que hay que tener como el DNI, pero que no dice nada de nuestras capacidades.

    Sólo hay una pega con esas pruebas. Un reciente estudio para EEUU, parece mostrar que aunque esos exámenes mejoran el rendimiento de los alumnos y la calidad del instituto, contribuyen a que los alumnos de familias más desfavorecidas tengan mayor probabilidad de abandonar el sistema más temprano. Pero, desde mi punto de vista, esa no es una razón de peso –aunque una buena excusa para los políticos de turno-- puesto que se podría realizar una discriminación positiva con estos alumnos que recibirían mucho más apoyo –que de hecho es lo que se intenta hacer –al menos de boquilla política-- en el sistema actual.

    O jugando a ser imaginativos, lo que se ha hecho en Ontario me parece sublime: Quitar la licencia de vehículos a los adolescentes hasta los 18 años si abandonan la secundaria obligatoria.

    Los incentivos negativos –por no llamarlo sanciones-- a las que hacemos tanto asco en este país, a veces funcionan mejor que el palo y la zanahoria, como queda demostrado por el hecho de que ofrecer un coche gratuitamente a los alumnos como han hecho institutos de Oregon no mejoraron la asistencia (ver entrada de Freakonomics).

    2006-12-19 18:40 | Educacion |


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